Lo último que recordaba Blancanieves era morder una enorme y brillante manzana roja, oscura, como la sangre que escapa lenta pero veloz del cadáver reciente, sin rostro, de alguien que murió precoz de manera inmerecida; pero no como la sangre de aquel que murió merecidamente, que es de otro tono completamente distinto que nada tiene que ver con el primero. Solo un loco aseguraría tal necedad, motivo por el cual, los que lo creen han sido habitualmente objeto de risa, cuando no de escarnio. Recordó que mientras la mordía podía escuchar desde lejos una carcajada desvencijada, pero la escuchaba acolchada, como si la voz hubiese tenido que abrirse camino a través de niebla demasiado densa. Esto último carecía de importancia al fin y al cabo, puesto que la odiosa risa quedó eclipsada antes de concluir por el rugido de un trueno.
Ahora, la joven Blancanieves solo veía negro, a excepción de un deslumbrante camino blanco que se abría a sus pies.
«¡Qué curioso! Me siento un poco como Alicia o Dorothy» -Pensó. Pero luego se dio cuenta de que no tenía ni idea de quién demonios era la tal Alicia o de quién podía ser la susodicha Dorothy, así que desechó el pensamiento y observó la reluciente vereda, meditando su siguiente paso.
Ahora, la joven Blancanieves solo veía negro, a excepción de un deslumbrante camino blanco que se abría a sus pies.
«¡Qué curioso! Me siento un poco como Alicia o Dorothy» -Pensó. Pero luego se dio cuenta de que no tenía ni idea de quién demonios era la tal Alicia o de quién podía ser la susodicha Dorothy, así que desechó el pensamiento y observó la reluciente vereda, meditando su siguiente paso.